Las muñecas despellejadas envueltas en el frío hierro de los grilletes, eran lo único que sostenían al despojo de trapos, pieles y huesos que antes fue alguien. Alguien que yace sin voluntad, sin deseo ni esperanza, sin aliento ni sentido. Un extraño escudo con un cordel plateado, cuelga de su cuello, produciendo una leve luz verde que deja el pasillo en penumbra. Los finos eslabones se cuelan entre dos vértebras superiores, y haciendo que el ser esté cabizbajo. Un amuleto inútil para el cadáver de un hombre quién en antaño fue un hechicero, castigado y torturado. Magnol el brujo de Helia, fué uno de los desdichados que despertaron bajo el Tártaro a Profundus, la gran tarasca negra. Una maldición que le perseguiría por siempre, quedando totalmente ciego y sumergido en su locura con irrefrenables deseos de alimentarse de carne humana. Con su cuerpo deforme y con una fuerza sobrehumana, asesinó brutalmente al príncipe y futuro heredero del reino, a numerosos caballeros de la guardia real, y a su aprendiz e hijo, Magasta. El consejo de Terna, tomó la decisión de encerrarlo en un torreón abandonado, encadenado, para que muriese en soledad. Aquellos comerciantes que viajaban de un pueblo a otro, aseguran que cuando pasaban la noche en aquel lugar, se escuchaban alaridos y llantos desconsolados de un ser antiguo.